No esconder el talento; XXXIII Domingo Ordinario
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net
Lecturas:
Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31: “Trabaja con sus hábiles manos”
Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor”
I Tesalonicenses 5, 1-6: “Que el día del Señor no los sorprenda como un ladrón”
San Mateo 25, 14-30: “Porque has sido fiel en cosas de poco valor, entra a tomar parte en la alegría de tu Señor”
Lo quería todo para él. Pocas veces había tenido la oportunidad de tener esas apetitosas manzanas y un poco de pan extra. “Un sueño de niño”. El internado, aunque daba suficiente comida, no podía darse lujos extras. Así que ahora que una familia le había regalado esa fruta y esos panes, quería disfrutarlos al máximo. Los escondió, en el último cajón de su pequeño buró y esperó el momento oportuno para comerlos a escondidas. Pero fueron pasando los días y esa oportunidad no llegaba hasta que, saturado de ocupaciones, terminó olvidando su tesoro. Pasado un tiempo, recordó su “guardadito” y en secreto fue a buscarlo. Cuál no sería su sorpresa, en lugar de fruta y pan encontró gusanos y pestilente podredumbre. Los bienes que no se comparten acaban pudriéndose.
¿Cuánto valía un talento en tiempos de Jesús? Mucho se ha discutido sobre la famosa moneda o medida económica llamada talento y su valor real. Es la moneda que ahora nos presenta el evangelio, y que algunos traducen como millones, pero en la parábola no importa tanto su valor ni es lo que pretende Jesús. Busca enseñarnos cosas mucho más importantes que el dinero. Es una invitación a una profunda revisión interior y una llamada a la vigilancia mientras se espera la venida del Señor. Con frecuencia se ha interpretado esta parábola solamente en el plano personal e individualista: los dones, las cualidades y el tiempo que Dios me ha dado, ¿qué he hecho con ellos? Y claro que es muy válida esta interpretación porque es una fuerte llamada de atención para cada uno de nosotros sobre todos estos “talentos” que el Señor nos ha confiado. Conocemos personas con enormes capacidades, con increíbles aptitudes que sin embargo no aportan nada a la comunidad, ni siquiera a su propia persona. No digamos ya que “han enterrado sus talentos”, sino que los han desperdiciado, los han utilizado para el mal, o bien de tanto guardarlos, acaban podridos.
Al hablar Jesús del Reino de los Cielos, del “producir y multiplicar”, me hace pensar en valores y riquezas mucho más grandes. ¿Qué es lo que Jesús nos confía y que le preocupa que multipliquemos una y otra vez? ¿Cuál es esa riqueza que al acumularla no produce pobreza ni injusticia en los hermanos? Ciertamente Jesús está hablando de los valores del Reino: paz, amor, servicio, justicia, verdad, su gran sueño de que todos seamos hermanos y vivamos unidos. Estos son verdaderos valores por los que Jesús vivió y murió. Él vino a nosotros para decirnos que tenemos un solo Padre del cual todos somos hijos, y que nos da la posibilidad de participar en su vida divina construyendo desde aquí su mundo de amor. Cuando contemplo la vida que llevamos los cristianos me quedo con frecuencia pensando: ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Esto es lo que Jesús espera de nosotros? ¿Hemos trabajado y multiplicado lo que Jesús vino a traernos y ha confiado en nuestras manos? Su ejemplo y su doctrina deberían producir en nuestros pueblos riquezas incalculables de armonía, de justicia, de paz y de concordia. Jesús no tolera la apatía y la indiferencia, no nos pide solamente conservar, sino multiplicar.
Al leer esta parábola, a alguno se le ha ocurrido legitimar las actividades bancarias basado en ese pequeño párrafo que nos habla de poner el dinero en el banco para ganar los intereses. Aunque no es el propósito de la parábola, indudablemente que también nos podemos cuestionar sobre la economía del mercado que se ha transformado en una especie de ídolo y se considera intocable. Y así, como “ídolo que tiene ojos y no ve, oídos y no oye”, se ha adueñado de conciencias, de países y de toda la naturaleza, produciendo graves desequilibrios y masas inmensas de desposeídos ¿Nos hará reflexionar esta parábola sobre la injusticia que es dar la primacía al dinero sobre las personas? ¿Seguirá adelante esta maquinaria que destroza pueblos, comunidades y familias? Precisamente, los valores que nos ha dejado Jesús son los que hemos estado descuidando. Como cristianos tenemos una grave responsabilidad en procurar la justicia y la equidad en la distribución de los bienes.
Indudablemente, la parábola también tiene un fuerte sentido escatológico, reforzado por la lectura de la carta de San Pablo que anuncia: “El día del Señor llegará como un ladrón en la noche”. Se acerca el final y es hora de entregar cuentas claras. Nada de lo que tenemos es nuestro, solamente lo estamos administrando y las grandes riquezas que nos ha dejado el Señor, debemos entregarlas multiplicadas, no en maldades sino en obras buenas. A veces vivimos como si nunca fuéramos a morir y hoy nos recuerdan estas lecturas que solamente estamos de paso y que debemos vivir prevenidos. Por eso San Pablo afirma: “Ese día, a ustedes no los tomará por sorpresa, como un ladrón… No vivamos dormidos como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”
¿Cómo hemos hecho “producir” los bienes y las cualidades que Dios nos ha dado? ¿Cómo cuidamos y multiplicamos los valores del Reino? ¿Estamos preparados para entregar cuentas de todo lo que hemos recibido?
Concédenos, Señor, tu ayuda para entregarnos fielmente a tu servicio, porque sólo en el cumplimiento de tu voluntad podremos encontrar la felicidad verdadera, por Cristo, nuestro Señor. Amén.
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