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Ser humildes y dejarse sorprender por Dios

Ser humildes y dejarse sorprender por Dios: estas son las dos condiciones indicadas por el Papa Francisco, durante la Audiencia General de este miércoles 15 de noviembre, para poder encontrarse con Dios en la Eucaristía.

En su catequesis, el Santo Padre señaló que “la Misa es oración, aún más, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime y, al mismo tiempo, la más concreta. De hecho, es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y la Sangre de Jesús”. Afirmó que para comprender la belleza de la celebración eucarística hay que tener ese aspecto en cuenta.

Por lo tanto, humildad y confianza son requisitos esenciales para recibir al Señor. “En primer lugar, ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre, fiarse de Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido de que los niños saben fiarse, saben que alguno se preocupará de ellos, de aquello que comerán, de aquello que llevarán, y así todo”.

La segunda predisposición, también propia de los niños, es dejarse sorprender –continuó el Pontífice–. El niño hace siempre mil preguntas porque desea descubrir el mundo, se maravilla de las cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los Cielos es necesario dejarse maravillar. En nuestra relación con el Señor, en la oración, ¿nos dejamos maravillar? ¿Nos dejamos sorprender? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo”.

Si la Eucaristía es oración, “¿qué es la oración?”, se preguntó Francisco. “Es, sobre todo, diálogo, una relación personal con Dios. El hombre ha sido creado como ser relacional que encuentra su plenitud relacionándose en el encuentro con su Creador”.

En la catequesis señaló también que “el Libro del Génesis afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, el cual es Padre, Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor y de unidad. De ella podemos comprender que nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo entregarse y recibirse para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser”.

“Cuando Moisés, ante la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre, y Él le responde: ‘Yo soy el que es’. Esta expresión, en su sentido original, expresa presencia y favor, y, de hecho, inmediatamente después añade: ‘El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’”, subrayó el Papa.

De esta manera, “también Cristo, cuando llama a sus discípulos, los llama para que permanezcan con Él. Esta es la gracia más grande: poder experimentar que la Eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús y, por medio de Él, con Dios y con los hermanos”.

El Pontífice invitó a “rezar como un verdadero diálogo”, y recordó que ese diálogo “también implica saber permanecer en silencio. En silencio junto a Jesús. Del misterioso silencio de Dios surge su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña cómo es posible ‘estar’ verdaderamente con el Padre y nos lo demuestra con su oración”.

“Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira a un lugar aparte para rezar; los discípulos, viendo su íntima relación con el Padre, sienten el deseo de poder participar, y le piden: ‘Señor, enséñanos a rezar’. Jesús responde que la primera cosa necesaria para rezar es saber decir ‘Padre’, es decir, ponerse en su presencia con confianza filial. Pero para poder aprender, es necesario reconocer humildemente que necesitamos ser instruidos, y decirlo con sencillez: enséñame a rezar, Señor”.

Por ello insistió en la necesidad de pedirle al Señor: “Señor, enséñame a rezar”.

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