Fíat; Cuarto Domingo de Adviento
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net
Lecturas:
II Samuel 7, 1-5. 8-12. 14-16: “El reino de David permanecerá para siempre en presencia del Señor”
Salmo 88: “Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor”
Romanos 16, 25-27: “Se ha revelado el misterio oculto durante siglos”
San Lucas 1, 26-38: “Concebirás y darás a luz un hijo”
Contemplando la infinidad de nacimientos que por doquier aparecen, llenos de luces, riquezas y adornos, trato de imaginar cómo sería la realidad del nacimiento de Jesús. Un pesebre no tiene nada de romántico, un sitio desconocido se presta a sospechas, la lejanía de la ciudad infunde temor, pero María es la mujer que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Quisiera acompañar en este día a María a punto de dar a luz, transformando mi corazón lleno de miserias y de cardos, en un sitio donde pueda nacer Jesús. Con ella me acerco y participo, con Ella, la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza, me apresto a contemplar el misterio del Emmanuel, Dios con nosotros.
¿Cómo se sentiría María al escuchar el saludo y la alabanza del mensajero de Dios? No es difícil imaginar la turbación de su corazón y más cuando se coloca en la difícil decisión de ocupar un papel fundamental en la llegada del Mesías. Durante tantos siglos el pueblo de Israel había ido guardando en su memoria la promesa de un Mesías y los profetas habían alimentado la esperanza con el alumbramiento maravilloso del Salvador. Los tiempos de frustración, de destierro y de violencia debían quedar atrás, el Dios de la promesa y del futuro de una paz duradera, se tenía que hacer presente. María cree y espera en Él. Pero, ¿ocupar ella un lugar en esta historia? María es mujer, virgen, pobre y sencilla, sin una preparación especial, cultural o social. Es solamente una judía de su tiempo. Además en una situación muy peculiar: ya no es de su familia porque está comprometida con José, pero todavía no es de la familia de José ya que no se han casado. Y así, entre ansiedad, susto, presión, María debe responder a la propuesta del Señor.
Para los grandes planes de Dios, “necesita” de la colaboración de los pequeños y humildes, y María da su consentimiento: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí”. Sierva o esclava significa pertenencia al Señor y expresa la total disponibilidad para aceptar su voluntad. La Palabra de Dios es un don y debe ser acogido por la libertad humana. Se encadena “el designio de Dios” a la pequeñez de los hombres que deben cumplirla. María, en su humildad entabla diálogo con el enviado del Señor: su fe es un acto libre y para ello debe saber cómo será cumplido. Es la colaboración de alguien que se sabe en manos del Señor. Su “fiat” (hágase) de aceptación a la maternidad nos comunica al Mesías. Entonces la encarnación se convierte en fruto de la fuerza y del regalo del Espíritu pero también de la disponibilidad de María. Las maravillas de Dios se realizan a través de los sencillos y humildes y necesitan de la colaboración libre y consciente de los hombres.
Dios se sigue acercando a la historia de los hombres, Dios quiere seguir haciendo maravillas, pero necesita colaboradores que tengan la actitud de María, de absoluta disponibilidad a su plan. Es una confianza no exenta de misterios y penumbras pero que hace que se coloque el hombre igual que María en las manos de un Dios amoroso. Dios es alguien que pide permiso para entrar en nuestra vida pero que si lo dejamos hará obras grandes en nosotros por la acción del Espíritu Santo. Como Jesús fue acogido en el cálido vientre de María, ahora necesita ser acogido en el cariño, la justicia y la bondad de cada uno de nosotros. Hoy Cristo se hace niño necesitado de calor, de comprensión y cuidados en cada uno de los pequeños que nos rodean. Hoy ellos se convierten en Cristo-Niño abandonado y solitario. En este domingo María se convierte en nuestro modelo para nuestra actitud de espera gozosa del que viene: necesita quien lo acoja y lo cobije. Navidad será “Dios con Nosotros”, si somos capaces de acoger a este recién nacido en nuestras casas, en nuestras familias y en nuestro corazones.
El niño que nacerá de María será el Salvador, el Mesías e Hijo de Dios. Dios se hace ser humano en la persona de Jesús para que siendo como Él, los seres humanos seamos semejantes a Dios. Pero no lo hace en contra de la voluntad de los hombres. María, con su “sí” comprometido con el proyecto de Dios, introduce a Jesús en la historia, haciéndose hombre pobre y creyente. Es el último día del Adviento y el contemplar tan cerca el nacimiento de Jesús nos obliga a preguntarnos: ¿Cómo lo voy a vivir? ¿Cómo voy a acoger a este Dios que se hace presencia viva y concreta en medio de nosotros? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a expresar a este Dios ternura que se acerca hasta convertirse en uno de nosotros? ¿Cómo voy a dar calor y compañía al recién nacido?
Señor, que por el anuncio de tu Ángel has dado a conocer a María tu amoroso designio de salvación y la has hecho partícipe de la Encarnación, concédenos descubrir tu voluntad y convertirnos, por medio de tu Espíritu, en portadores de una Buena Nueva que lleve alegría y la paz verdadera a tus pequeñitos. Amén.
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