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Aborto y capitalismo



Estoy de acuerdo con Gustavo Bueno. Nunca he entendido cómo identificar la defensa del aborto con ser socialista o de izquierdas. Es algo incomprensible. Debería ser al revés. La mentalidad del que defiende a los débiles, a las víctimas, debería impulsarlos a defender al nasciturus de un modo cuasi instintivo. Un entrevistador le preguntó a Julio Anguita por el aborto mostrándole fotos reales. Anguita tuvo una pausa emocional, luego declaró visceralmente que aquello era una barbaridad. A esto me refiero.

Tampoco he entendido nunca cómo se puede defender el capitalismo y ser cristiano o de derechas. Me deja igual de pasmado. Ignoro si es inevitable esa pérdida de reflejos morales también entre los conservadores. Uno de los méritos de la película "El grito silencioso. El Caso Roe v. Wade" (2022) es precisamente haber puesto de relieve esta correlación trágica entre aborto y capital.

El 19 de enero de 1975 Pier Paolo Pasolini publicó en "Il corriere della sera" un artículo titulado “Estoy contra el aborto”. El 30 de ese mes publicó otro: “Réplica contra el aborto”. Pasolini, comunista y homosexual, daba sus razones para oponerse a la barbarie: "estoy traumatizado por la legalización del aborto, porque la considero una legalización del homicidio". El aborto era, para él, una alegoría de lo que es capaz el capitalismo.

Medio siglo después esta alegoría cruenta ha consolidado su nicho de mercado. Son numerosas las multinacionales dedicadas a la explotación económica del sexo. Es un sector lucrativo y boyante: sector de producción pornográfica, apps de sexo ocasional, chats de contactos, negocios online y consumo de artículos asociados al sexo, industria anticonceptiva, turismo sexual internacional, prostitución infantil, entramado hostelero, y un largo etcétera. Es una industria agresiva que no se detiene ante nada. Ni ante el tabú del incesto, la pedofilia o la normalización zoófila, como Pasolini barruntó en "Saló o los 120 días de Sodoma".

Como la industria del tabaco la industria sexual necesita adictos para incrementar sus beneficios. No dudará en hipersexualizar la sociedad mediante los medios de comunicación, la legislación o el asalto a las escuelas, para inducir conductas sexuales compulsivas y dependientes. Anuncios de contenido sexual explícito en horario infantil. Talleres de masturbación, poliamor o post-porno en escuelas primarias. Yo qué sé. Necesitan crear yonquis del sexo desde la infancia, que estén enganchados al producto, para acumular capital a costa del consumidor.

El aborto es una empresa subsidiaria de esta industria del ocio sexual. El servicio que presta es que ningún factor ajeno al consumo pansexualista interfiera en la conducta de los clientes. Las cifras no son alegóricas: en España 90.189 mujeres han abortado en 2022, de las que 312 eran menores de 15 años. El 39% de las mujeres españolas usa la píldora del día después. Hasta 2019 se vendieron 7 millones de estos abortivos químicos. En 2020 fueron dispensadas 800.000 unidades. Si por hipótesis aceptamos que el total de esos antigestatorios causaron aborto, el número anual de abortos ascendería al 1,9% de la población española. Esto arroja una cifra escalofriante: cada cinco años la población española queda diezmada. La demografía califica esta cantidad de muertos como "extinción masiva" y es el resultado que se calcula para guerras termonucleares de baja intensidad.

Frente a cifras como ésta instituciones como la Iglesia católica resultan insignificantes y muestran su nula incidencia en la sociedad de consumo. La Iglesia debería escoger mejor a sus aliados y compañeros de baile. Sobre todo si son enemigos íntimos.

Desde siempre la Iglesia ha optado por la realpolitik, acatando la autoridad del que manda en cada momento. Para evitar males mayores, para cambiar la sociedad desde dentro, para acumular patrimonio a la espera de tiempos mejores, por oportunismo, o por lo que sea. Pero hasta eso ha llegado al límite. El poder actual puede destruir el planeta y extinguir la vida sobre la tierra. Varias veces, además. El capitalismo no necesita ya la familia para acumular capital. Sólo necesita nómadas, hordas de depredadores, sin familia ni patria, como fuerza de trabajo a bajo coste. La familia, la prole, la patria, por el contrario, dificultan los objetivos del capital. Aviso para navegantes: el internacionalismo no es catolicismo y sin prole no hay proletarios. Es difícil pactar con el capitalismo sin pactar a la vez con el diablo, si es que hay homicidas de masas desde el principio.

La derecha debería despertar, lo mismo que la izquierda. Y despertar ya. A no ser que el Salmo 26 tenga razón: “en la izquierda hay infamia y la derecha está llena de sobornos” (Salmo 26, 10). El aborto es una muestra de lo que es capaz el capitalismo. No es una simple alegoría. Es algo material y siniestro como la cruz de palo o la cámara de gas. Una pesadilla consecuencia de la explotación del hombre por el hombre, la crueldad del poder sobre los débiles. Porque el capitalismo mata, no lo olvidemos nunca. El capitalismo mata.

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