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El Rastro



 

“Entre los primeros (Los vendedores de El Rastro madrileño) hay personas tan serias, que algunos banqueros y políticos españoles harían bien dándose una vuelta por allí de vez en cuando, para saber qué es eso de mantener la palabra que has dado"

Andrés Trapiello

 

 

Siempre he mantenido que aquellos que viven de la política, encubiertos tras la artificiosa máscara que pretende representar al pueblo —la realidad es que solo se representan a sí mismos— han convertido el templo que debería albergar la soberanía de la nación española, en un miserable Rastro, en el que como moneda de cambio, solo circulan sus inconfesables intereses.

La tribuna que antaño ocuparan insignes oradores, es hoy un tosco tablado de feria, desde el que cada títere que lo pisa, se mueve al compás de los hilos, que en función de sus conveniencias, va moviendo el titiritero que lo mantiene en escena.

Idealistas, oportunistas, conseguidores, populistas, técnicos, expertos en habilidades varias, demagogos, ambiciosos, narcisistas, mentirosos, conciliadores, activistas, reformistas, inútiles funcionarios de la política, ineptos militantes partidarios, iluminados, líderes carismáticos, (de estos uno entre un millón), cínicos, relaciones públicas, negociadores habilidosos, estrategas, innovadores, chantajistas de baja estofa, delincuentes, corrompedores y corruptos, psicópatas, cobardes, delatores, buscavidas, osados ignorantes, y posiblemente hasta algún  cándido que pasaba por allí, se pueden encontrar en la variopinta fauna política que habitualmente apresa el poder.

De esta guisa, no es de extrañar que en la toma de posesión de los diputados electos de la legislatura que acaba de comenzar, entre otras, se hicieran juras o promesas tales como:

·       "…por lealtad a Cataluña, por el mandato del 1-O, y comprometido con la defensa de los represaliados  y exiliados. Por imperativo legal…".

·       "…por la democracia, la igualdad, los derechos sociales",

·       "…por la soberanía popular i la fraternitat entre els pobles, por la justicia social y la Tierra".

·       "…Lo prometo por una España plurinacional y feminista".

·       "…por el derecho a la vivienda digna, a respirar aire libre, al tiempo libre y por el País Valenciano".

·       “…por las Españas…”,

·       "…por los derechos de los trabajadores y trabajadoras",

·       "…No Día da Galiza Mártir e en memoria de Alexandre Bóveda, comprométome a traballar para defender o pobo galego e a soberanía da Galiza.

·       "…por la autodeterminación, la amnistía y la constitución de la república catalana"

·       “…contra los discursos de odio y transfobia”.

Una de las fórmulas que más me sorprendió fue: “Por la lucha antifranquista…”.

Es cierto que Franco acumuló mucho poder cuando vivía, pero lo que no  podía imaginar es que, casi 50 años después de muerto, siguiera ostentándolo y hubiera que continuar luchando contra él.

Tras esta grotesca escenificación de los juramentos, tras constatar la peor concepción que de El Rastro se pueda concebir, todo ello fomentado por aquellos que quieren liquidar la Constitución en virtud de la cual hoy ocupan hoy un escaño en la Cámara, y consentido y alentado por su presidenta —la tercera autoridad del Estado— me vienen a la mente las estrofas de aquella célebre canción, “Una, dos y tres”, que allá por los años 80, cantara Patxi Andión:


Esto es el Rastro señores

Vengan y anímense

que aquí estamos nosotros

somos Papá Noel.

Le vendemos barato

con el precio en inglés

somos todo lo honrados

que usted quiera creer.

Se revenden conciencias

y compramos la piel

le cambiamos la cara

le compramos a usted.

Y si quiere dinero

se lo damos también

usted lo da primero

y nosotros después

Si usted quiere engañarnos

nos dejamos “denem”

usted salva su ego

y nosotros la piel.

Usted se va contento

y nosotros ¡Ya ve!

nos pagamos la cena

con el dinero de usted.


Las burlas —porque no otra cosa fueron las manifestaciones de no pocos diputados electos— durante un acto tan solemne como la jura de la Constitución, han constituido una falta de respeto, no solo a la corporación que les confiere su razón de ser, si no hacia todas las instituciones democráticas del Estado, y al proceso legal establecido.

Si a los diputados electos, lo que les confiere su condición de miembro efectivo de la Cámara es el juramento constitucional, y lo utilizan como una oportunidad para expresar su desprecio por el proceso político o la constitución misma, su propia actitud debería ser motivo más que fundamentado para inhabilitarles para el desempeño de sus funciones por cuanto debería considerarse como una actitud negativa hacia la responsabilidad pública y el servicio a la nación, dado que la soberanía del pueblo español emana de la Constitución de 1978, en donde se establecen los cimientos de la estructura política y legal del país, siendo la carta magna, su ley de leyes.

A mayor abundamiento, es importante recordar que el Congreso de los diputados no es una cámara de representación territorial, sino la sede de la soberanía del pueblo español en su conjunto, por tanto, el juramento que están obligados a prestar los diputados electos, comprometiéndose a observar y defender la Constitución, es mucho más que un simple ritual formal. Es un compromiso fundamental; el deber principal de su razón de ser: el de respetar los principios fundamentales que han sido acordados por la sociedad española. La uniformidad en esta fórmula de juramento es esencial para mantener la integridad y la coherencia en la representación política, ya que garantiza que todos los diputados están comprometidos con los mismos valores y normas.


El acceso a la condición de diputado, es un acto puramente voluntario, pero es de toda lógica que para desempeñar su labor esencial en el Congreso, la de legislar y tomar decisiones en el marco constitucional, y que han de afectar a la sociedad en su conjunto, previamente haya de someterse solemnemente a los preceptos constitucionales del país, prescindiendo de cualquier otra consideración. Debería ser un requisito indispensable no sujeto a la libre interpretación, que la fórmula de juramento o promesa, reafirmara de forma incuestionable el compromiso con la unidad y soberanía de España como nación.

No hay una sola constitución en el mundo, que en su formulación, deje el menor resquicio para que, desde el ejercicio de sus funciones, y sin que constituya un muy grave delito, nadie pueda subrepticiamente alterar, ni el espíritu, ni la letra de la misma.

Pero ya saben ustedes cual es la singularidad de “este país”: España es diferente.

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