Pelagianismo y gnosticismo según el Papa Francisco
En la Carta Placuit Deo de la Congregación para la Doctrina de la fe, que se hizo pública este 1 de marzo, se alude al discurso que el Santo Padre Francisco dirigió a los participantes en el V Congreso de la Iglesia italiana, el 10 de noviembre de 2015, en el ámbito de su visita pastoral a las ciudades de Prato y Florencia
En efecto, encontrándose en la bellísima Catedral de Santa María de la Flor, en cuya cúpula – tal como el mismo Pontífice decía entonces – está representado el Juicio universal con Jesús, “nuestra luz”, en el centro; el Papa Bergoglio recordaba en su discurso que “prefiere una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
Tentación pelagiana
Y añadía que sabemos que las tentaciones existen; son muchas las tentaciones que hay que afrontar. De ahí que en aquella oportunidad el Pontífice se refirió a dos de ellas: a la tentación pelagiana y a la tentación del gnosticismo. Así es que Francisco les dijo a propósito de la primera, que la tentación pelagiana “empuja a la Iglesia a no ser humilde, desinteresada y bienaventurada. Y lo hace con la apariencia de un bien”. Porque el pelagianismo “nos conduce a poner la confianza en las estructuras, en las organizaciones, en las planificaciones perfectas, siendo abstractas”.
Y añadía que “a menudo nos lleva también a asumir un estilo de control, de dureza, de normatividad”. Sí, porque “la norma da al pelagiano la seguridad de sentirse superior, de tener una orientación precisa. Allí encuentra su fuerza, no en la suavidad del soplo del Espíritu. Ante los males y los problemas de la Iglesia es inútil buscar soluciones en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y formas superadas que ni siquiera culturalmente tienen capacidad de ser significativas. La doctrina cristiana – les decía el Papa – no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes, sino que está viva, sabe inquietar, sabe animar. Tiene un rostro que no es rígido, tiene un cuerpo que se mueve y crece, tiene carne tierna: la doctrina cristiana se llama Jesucristo.
Iglesia semper reformanda
Además, el Santo Padre decía a los participantes en el V Congreso de la Iglesia italiana que la reforma de la Iglesia es ajena al pelagianismo. “La misma no se agota en el enésimo proyecto para cambiar las estructuras. Significa en cambio injertarse y radicarse en Cristo, dejándose conducir por el Espíritu. Entonces todo será posible con ingenio y creatividad”.
Tentación del gnosticismo
Y de la otra tentación a la que se refería entonces el Obispo de Roma, la del gnosticismo, les decía que “conduce a confiar en el razonamiento lógico y claro, que pierde la ternura de la carne del hermano”. Sí porque “la fascinación del gnosticismo es la de una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”. Por lo que “el gnosticismo no puede trascender”.
“La diferencia entre la trascendencia cristiana y cualquier forma de espiritualismo gnóstico – decía el Papa Francisco al concluir esta observación – está en el misterio de la Encarnación. No poner en práctica, no llevar la Palabra a la realidad, significa construir sobre arena, permanecer en la pura idea y degenerar en intimismos que no dan fruto, que hacen estéril su dinamismo”.
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